- Argumento
La novela plantea el problema de la personalidad y la existencia humana.
Augusto Pérez, un joven de familia rica y licenciado en Derecho es hijo único que vive con su madre viuda. Ha estado siempre muy pegado a su madre y al morir ésta no sabe que hacer con su vida. Un día que va caminando sin rumbo por la calle conoce a una joven y guapa pianista llamada Eugenia. La joven por su parte está pasando por serios apuros económicos y tiene que dar clases de piano para pagar la hipoteca de su casa.
Augusto pronto se enamora pero en un principio es rechazado por Eugenia, quien le aclara que ella ya tiene un novio llamado Mauricio (un vago y un aprovechado, que vive del trabajo de Eugenia). Augusto para llamar la atención de Eugenia comienza una relación amorosa con la portera de la casa, Margarita, y de este modo provocarle celos. Finalmente, Eugenia por los celos (y también por una discusión con Mauricio) decide aceptar a Agusto como novio y futuro esposo (quien a su vez, generosamente, salda la deuda de la hipoteca). Pero el antiguo novio de Eugenia sigue molestándola, así que Augusto decide utilizar sus influencias y le consigue un puesto de trabajo en una ciudad lejana para que los deje en paz.
Cuando están a punto de casarse, Augusto recibe una carta de Eugenia en la que le dice que no se casará con él y que se va con Mauricio (ya que gracias al trabajo que le ha buscado ahora puede mantenerla económicamente). Tras leer esto, Augusto se siente engañado, abatido y quiere suicidarse, no sin antes ir a Salamanca ¡para visitar a su autor, Unamuno! con quien mantiene un dialogo.
Unamuno le recuerda que no existe, que solo es un personaje de ficción, que él lo ha soñado y que no va a suicidarse, sino que se morirá en su casa. Entonces Augusto se rebela, cambia de opinión y desea vivir, a pesar de todas las desgracias, de todo el sufrimiento siente un renovado deseo de vivir. En pleno enfrentamiento le recuerda a Unamuno que quizá es él quien no existe, que quizá él solo sea también un sueño de Dios, y que existe para poder escribir su historia, la novela de Augusto y Eugenia.
Los capítulos finales de la novela son pues una metáfora en la que se plantea una doble relación:
En la ficción novelesca UNAMUNO es el “dios” creador de AUGUSTO (personaje novelesco); en paralelo y comparación con la relación fuera de la ficción de DIOS que es ,a su vez, el creador de UNAMUNO ( o sea, del ser humano)
Niebla defiende la idea de Unamuno de que los humanos deben luchar y rebelarse contra su creador, si existe, pues sólo esta actitud devolverá a la existencia humana su sentido.
- Las Nivolas de Unamuno
Con Niebla (1914) inicia lo que Unamuno llamó nivolas, una calificación alternativa a la de novela porque, frente a la novela tradicional, presenta el autor el enfrentamiento de las ideas y de las pasiones humanas, sin paisajes, ambientes ni costumbres. Otras nivolas son: Abel Sánchez (1917), La tía Tula (1921) y San Manuel Bueno, mártir (1933).
Estos son los rasgos principales de las nivolas:
- Protagonista individual: Novelas que giran en torno a un personaje central, que en muchos casos es un alter ego del autor.
- Plantean problemas existenciales: Sobre todo en relación con la muerte que fue la principal obsesión de Unamuno siempre preocupado por el “más allá”, la inmortalidad del alma y la vida eterna. En este sentido, tenía una peculiar teoría según la cual el escritor no muere del todo, revive en la mente del lector con cada nueva lectura de su obra, como que siempre vivirá a través de sus personajes y de la ficción novelesca, que como tal es eterna.
- La obra como método de conocimiento: Las nivolas tienen una estructura abierta con posibilidad de varias interpretaciones, siempre buscando la participación activa del lector.
- Niebla, Antología de textos
XXXI
––Pero ¡por Dios!… ––exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido.
––No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
––Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir…
––¿No pensabas matarte?
––¡Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré, que no me quitaré esta vida que Dios o usted me han dado; se lo juro… Ahora que usted quiere matarme quiero yo vivir, vivir, vivir…
––¡Vaya una vida! ––exclamé.
––Sí, la que sea. Quiero vivir, aunque vuelva a ser burlado, aunque otra Eugenia y otro Mauricio me desgarren el corazón. Quiero vivir, vivir, vivir…
––No puede ser ya… no puede ser…
––Quiero vivir, vivir… y ser yo, yo, yo…
––Pero si tú no eres sino lo que yo quiera…
––¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! ––y le lloraba la voz.
––No puede ser… no puede ser…
––Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su mujer, por lo que más quiera… Mire que usted no será usted… que se morirá.
Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
––¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
––¡No puede ser, pobre Augusto ––le dije cogiéndole una mano y levantándole––, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme…
––Pero si yo, don Miguel…
––No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por matarme tú.
––Pero ¿no quedamos en que…?
––No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida…
––Pero… por Dios…
––No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
––¿Conque no, eh? ––me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió…! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima…
Capítulo XXXIII
Cuando recibí el telegrama comunicándome la muerte del pobre Augusto, y supe luego las circunstancias todas de ella, me quedé pensando en si hice o no bien en decirle lo que le dije la tarde aquella en que vino a visitarme y consultar conmigo su propósito de suicidarse. Y hasta me arrepentí de haberle matado. Llegué a pensar que tenía él razón y que debí haberle dejado salirse con la suya, suicidándose. Y se me ocurrió si le resucitaría.
«Sí ––me dije––, voy a resucitarle y que haga luego lo que se le antoje, que se suicide si es así su capricho.» Y con esta idea de resucitarle me quedé dormido.
A poco de haberme dormido se me apareció Augusto en sueños. Estaba blanco, con la blancura de una nube, y sus contornos iluminados como por un sol poniente. Me miró fijamente y me dijo:
––¡Aquí estoy otra vez!
––¿A qué vienes? ––le dije.
––A despedirme de usted, don Miguel, a despedirme de usted hasta la eternidad y a mandarle, así, a mandarle, no a rogarle, a mandarle que escriba usted la nivola de mis aventuras…
––¡Está ya escrita!
––Lo sé, todo está escrito. Y vengo también a decirle que eso que usted ha pensado de resucitarme para que luego me quite yo a mí mismo la vida es un disparate, más aún, es una imposibilidad…
––¿Imposibilidad? ––le dije yo; por supuesto, todo esto en sueños.
––¡Sí, una imposibilidad! Aquella tarde en que nos vimos y hablamos en el despacho de usted, ¿recuerda?, estando usted despierto y no como ahora, dormido y soñando, le dije a usted que nosotros, los entes de ficción, según usted, tenemos nuestra lógica y que no sirve que quien nos finge pretenda hacer de nosotros lo que le dé la gana, ¿recuerda?
––Sí que lo recuerdo.
––Y ahora de seguro que, aunque tan español, no tendrá usted real gana de nada, ¿verdad, don Miguel?
––No, no siento gana de nada.
––No, el que duerme y sueña no tiene reales ganas de nada. Y usted y sus compatriotas duermen y sueñan, y sueñan que tienen ganas, pero no las tienen de veras.
––Da gracias a que estoy durmiendo ––le dije––, que si no…
––Es igual. Y respecto a eso de resucitarme he de decirle que no le es hacedero, que no lo puede aunque lo quiera o aunque sueñe que lo quiere…
––Pero ¡hombre!
––Sí, a un ente de ficción, como a uno de carne y hueso, a lo que llama usted hombre de carne y hueso y no de ficción de carne y de ficción de hueso, puede uno engendrarlo y lo puede matar; pero una vez que lo mató no puede, ¡no!, no puede resucitarlo. Hacer un hombre mortal y carnal, de carne y hueso, que respire aire, es cosa fácil, muy fácil, demasiado fácil por desgracia… matar a un hombre mortal y carnal, de carne y hueso, que respire aire, es cosa fácil, muy fácil, demasiado fácil por desgracia… pero ¿resucitarlo?, ¡resucitarlo es imposible!
––¡En efecto ––le dije––, es imposible!
––Pues lo mismo ––me contestó––, exactamente lo mismo sucede con eso que usted llama entes de ficción; es fácil darnos ser, acaso demasiado fácil, y es fácil, facilísimo, matarnos, acaso demasiadamente demasiado fácil, pero ¿resucitamos?, no hay quien haya resucitado de veras a un ente de ficción que de veras se hubiese muerto. ¿Cree usted posible resucitar a don Quijote? ––me preguntó.
––¡Imposible! ––contesté.
––Pues en el mismo caso estamos todos los demás entes de ficción.
––¿Y si te vuelvo a soñar?
––No se sueña dos veces el mismo sueño. Ese que usted vuelva a soñar y crea soy yo será otro. Y ahora, ahora que está usted dormido y soñando y que reconoce usted estarlo y que yo soy un sueño y reconozco serlo, ahora vuelvo a decirle a usted lo que tanto le excitó cuando la otra vez se lo dije: mire usted, mi querido don Miguel, no vaya a ser que sea usted el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo ni muerto… no vaya a ser que no pase usted de un pretexto para que mi historia, y otras historias como la mía, corran por el mundo. Y luego, cuando usted se muera del todo, llevemos su alma nosotros. No, no, no se altere usted, que aunque dormido y soñando aún vivo. ¡Y ahora, adiós!
Y se disipó en la niebla negra.
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