En la poesía del Barroco, como hemos visto, son el conceptismo y el culteranismo los movimientos principales, los que aportan las novedades estéticas del periodo y los que tienen como máximos exponentes a los dos genios de la poesía barroca española: Quevedo y Góngora. Pero no toda la poesía barroca fue conceptista o culteranista. Es más, un grupo importante de muy buenos poetas se mantuvo en contra de estas dos corrientes y defendió el equilibrio clasicista de la poesía renacentista anterior. Para estos autores, Góngora y sus seguidores habían ensuciado la belleza de la poesía española con sus enrevesados artificios poéticos.
Entre los defensores de la poesía tradicional, que por tal se entendía a principios del siglo XVII la anterior poesía renacentista, encontramos célebres poetas que normalmente se suelen presentar en torno a dos escuelas o grupos: el aragonés y el sevillano
La escuela aragonesa
Al frente de este grupo de autores contrarios a los excesos del gongorismo (más que en Quevedo, las críticas a los nuevos modos de hacer poesía se centralizaron en Góngora) se sitúan los hermanos Argensola, Lupercio y Bartolomé
Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613)
Estudió Filosofía y Leyes en Huesca y Zaragoza. Su formación le permitió desempeñar diferentes cargos administrativos y de secretario de personajes influyentes del momento como el duque de Villahermosa, la emperatriz María o el conde de Lemos. Murió en Napoles en 1613.
Obra
Escribió varias obras teatrales y abundante poesía de la que por desgracia se conserva solo una pequeña parte porque el autor, antes de morir, destruyó casi toda su obra. Lo que pudo ser rescatado fue publicado por su hijo junto con los poemas de su hermano Bartolomé en un volumen llamado Rimas de Lupercio y del Doctor Bartolomé Leonardo de Argensola
Los temas de su poesía son el paso del tiempo, la decadencia y el amor. Todos ellos los presenta con una estética clasicista que se fija en Horacio, Juvenal y Petrarca. La poesía amorosa es de corriente neoplatónica, pero exenta de sensualismo y, en ocasiones, trata el tema de un modo burlesco o paródico.
Los poemas dedicados a los temas trascendentales mencionados como el paso del tiempo, la decadencia o la muerte no son vistos con fatalismo o desencanto como era propio del barroco, sino desde la serenidad y el estoicismo (filosofía muy extendida en el Renacimiento que, resumiéndolo mucho, dispone vivir en armonía con la razón, el deber y la naturaleza. Tenemos que entenderlo más bien como una actitud paciente y serena frente a la vida y sus adversidades. No hay que venirse abajo y sí aceptar las cosas como son y luchar para mejorar el estado. Para que nos hagamos una idea, la manera en que Cervantes se sobrepuso a los diversos avatares de su vida es el mejor ejemplo de actitud estoica).
Entre sus poemas más perfectos se encuentran Al sueño, Al amor o el que comienza “Dentro quiero vivir de mi fortuna”
Bartolomé Juan Leonardo de Argensola (1562-1631)
Hombre de basta cultura, estudió Filosofía, Jurisprudencia Griego, Retórica e Historia Antigua, Derecho Canónico y Teología. Fue nombrado sacerdote con tan solo 22 años y su quehacer está muy ligado al de su hermano. También estuvo al servicio del duque de Villahermosa y la emperatriz María, en el desempeño de labores eclesiásticas. Se trasladó a Napolés en el mismo séquito que su hermano al servicio del conde de Lemos (virrey de Nápoles). De vuelta a España, alcanzó el cargo de Cronista mayor de la Corona de Aragón y canónigo de la catedral de Zaragoza, lugar donde murió en 1631.
Obra
Como la de su hermano, su obra poética se aleja del conceptismo y culteranismo de la época para apoyarse en modelos clásicos petrarquistas propios de la literatura renacentista (en concreto su autor de referencia era Horacio, como le ocurría a su hermano). En su tiempo tuvo un enorme prestigio (fue aclamado por Cervantes y Lope de Vega entre otros) y posteriormente ha sido considerado como uno de los poetas más importantes del Siglo de Oro.
Como la mayoría de los poetas del Siglo de Oro, no publicó nada en vida. Escribió de todo: sonetos, epigramas, canciones, sátiras, epístolas, traducciones de odas de Horacio. Algunos de sus sonetos están considerados los más perfectos de la poesía española del Siglo de Oro, como por ejemplo: “Dime, Padre común, pues eres justo”, “Por verte, Inés, ¿qué avaras celosías” o “Firmio, en tu edad ningún peligro hay leve”. Podríamos recordar, además, alguno de sus juegos poéticos de caracter satírico como el soneto “A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa”, que no dejará indiferente al lector por su agudeza.
Otro de los poetas destacados de la escuela aragonesa fue Esteban Manuel de Villegas (1589-1669)
La escuela sevillana
Si en la escuela aragonesa fue Horacio el autor de referencia, en la sevillana será Séneca. Pero en ambos grupos destaca igualmente el gusto por el equilibrio clásico en las formas y el tratamiento de los temas.
Francisco de Rioja (1583-1659)
Vida
Sacerdote cuya vida estuvo muy ligada a la del personaje más poderoso de su tiempo: el valido El conde-duque de Olivares. Graciás a su protección alcanzó los cargos de bibliotecario de Felipe IV, cronista de la corte, canónigo de Sevilla y hasta consejero de la Inquisición.
Obras
Un poeta especialmente dotado para la musicalidad del verso, la imagen elegante y precisa. En su época tuvo un enorme prestigio y destacados autores como Lope de Vega celebraron sus versos.
Sus poemas hablan de la fugacidad del tiempo, la destrucción de las cosas y, claro, el amor. Manejo con habilidad el soneto y la silva. Algunas de sus composiciones más recordadas son A Itálica, A las ruinas de Atlántica, A la fugacidad del tiempo, Al clavel, A la rosa...
Hasta hace poco, dos importantísimas composiciones en lengua castellana le habían sido atribuidas a Francisco de Rioja: A las ruinas de Itálica y La epístola moral a Fabio. Pero la primera se sabe fue compuesta por Rodrigo Caro y la epístola pertenece a Andrés Fernández de Andrada.
Andrés Fernández de Andrada (1575-1648)
Fue militar y toda su fama como poeta se debe a una sola composición de inigualable perfección: la Epístola moral a Fabio (2)
La epístola está escrita en tercetos encadenados y sigue el modelo de las epístolas horacianas. Está dirigida al corregidor de la ciudad de México, Alonso Tello de Guzmán al que aconseja en el modo de medrar gracias a la virtud, la resignación estoica y la búsqueda del Aurea mediocritas
Rodrigo Caro (1573-1647)
Sacerdote aficionado a la historia y la arqueología, pasiones que están presentes en su obra.
Su composición más famosa es la Canción a las ruinas de Itálica, uno de los poemas representativos de la poesía del Siglo de Oro. Está escrita en estancias y el tema le ofrecía la ocasión de mostrar su pasión por la arqueología al tiempo que reflexionaba sobre la acción del paso del tiempo en la grandeza pasada.
Además escribió sonetos laudatorios y de amor (a lo divino) y romances burlescos. En su estilo se aprecia el gusto por la serenidad clasicista de corte horaciano, pero también un cierto manierismo por influencia de Herrera y Góngora.
Juán de Jauregui (1583-1641)
Poeta, crítico y pintor, de sus manos se supone salió el único retrato que tenemos de Cervantes, con quien le unía una gran amistad. Estaba, en cambio, muy enfrentado con Quevedo y con Góngora a quien dedicó su famoso Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, aplicado a su autor para defenderle de sí mismo , en la que reflexiona sobre la poesía oscura del poeta cordobés. Jauregui tenía una idea tradicional de la poesía y, como la mayor parte de poetas de su época, defendía el concepto clásico de la poesía que debía deleitar y al mismo tiempo tener algún provecho (enseñanza), pero como le critica a Góngora:
Si la poesía se introdujo para deleite, aunque también para enseñanza, y en el deleite principalmente se sublima y distingue de las otras composiciones, ¿qué deleite -pregunto- puede mover los versos oscuros? ¿Ni qué provecho, cuando a esta parte se atengan, si por su locución no perspicua esconden lo mismo que dicen?
Recibió una reacción muy hostil por parte de los seguidores de Góngora que respondieron con Examen del antídoto o Apología de las Soledades.
En conclusión
Vemos como en la poesía del siglo XVII conviven diferentes tendencias: las que han pasado a ser representativos de la nueva sensibilidad, nos referimos al conceptismo y culteranismo; y las continuadoras de la tradición renacentista. Este hecho no debería presentar ninguna controversia y al respecto conviene recordar lo que afirmaba Antonio Cruz Casado en su artículo “Góngora a la luz de sus comentaristas. (La estructura narrativa de las Soledades)”
No hay que olvidar que el período que actualmente conocemos como el Barroco no es más que una prolongación histórica del Renacimiento y que los mismos escritores de la época se consideraban herederos de una tradición clásica en las que no advertían rupturas decisivas o grandes cambios al compararlas con su propia creación literaria. Sólo algunos críticos perspicaces se dan cuenta de que algo está cambiando, pero los patrones literarios por los que continúan rigiéndose son todavía de carácter clásico.