Ejercicios sobre La Regenta

Te proponemos unos de ejercicios sobre la novela La Regenta. Las soluciones están al final de este artículo. Puedes repasar la teoría en este artículo ¡Ánimo y suerte!

 

  1. En el siguiente fragmento del capítulo XXV, señala (subraya en el texto) todos los temas de La Regenta que encuentres . Te recordamos, los principales son: 

  • Enfrentamiento social, ideológico y político

  • Adulterio en el matrimonio

  • Amor en el que entra a formar parte un clérigo

  • Caciquismo

Capítulo XXV

 Yo no le amo -fue lo primero que pudo decir después que consiguió dominarse[1]. Ya no pensaba en su locura, pensaba en defender su secreto.

-Pero anoche… hoy… no sé a qué hora… ¿qué hubo?

-Bailé con él… Fue Quintanar… lo mandó Quintanar…

-¡Disculpas no, Ana! eso no es confesar.

Ana miró en torno[2]… Aquello no era la capilla[3], a Dios gracias. Este sofisma[4] de hipócrita era en ella candoroso[5]. Estaba segura de que un deber superior la mandaba mentir. «¿Decirle al Magistral que ella estaba enamorada de Mesía? ¡Primero a su marido!».

-Bailé con él porque quiso mi marido… Me hicieron beber… me sentí mal… estaba mareada… me desmayé[6]… y me llevaron a casa.

-¿El desmayo fue… en los brazos de ese hombre?

-¡En brazos!… ¡Fermín!

-Bien, bien… Así… lo oí yo… ¡Oigámoslo todos! Quiere decirse… bailando con él…

-Yo no recuerdo… tal vez…

-¡Infame[7]!…

-¡Fermín… por Dios, Fermín!

Ana dio un paso atrás.

-Silencio… no hay que gritar… no hay que hacer aspavientos[8]… yo no como a nadie… ¿a qué ese miedo?… ¿Doy yo espanto[9], verdad?… ¿Por qué? yo… ¿qué puedo? yo ¿quién soy? yo… ¿qué mando? Mi poder es espiritual… Y usted esta noche no creía en Dios…

-¡En mi Dios! Fermín, caridad[10]…

-Sí, usted lo ha dicho… Y ese es el camino. Yo sin Dios… no soy nada… Sin Dios puede usted ir a donde  quiera, Ana… esto se acabó… Estoy en ridículo, Vetusta entera se ríe de mí a carcajadas[11]… Mesía me desprecia[12], me escupirá en cuanto me vea… El padre espiritual… es un pobre diablo. ¡Oh, pero por quien soy… Miserable[13]… Me insulta[14] porque estoy preso[15]!…

El Magistral se sacudió[16] dentro de la sotana, como entre cadenas, y descargó[17] un puñetazo de Hércules sobre el testero del sofá.

Después procuró recobrar la razón, se pasó las manos por la frente; requirió[18] el manteo[19]; buscó el sombrero de teja, se obstinó en callar, buscó a tientas[20] la puerta y salió sin volver la cabeza.

Creyó que Ana le seguiría, le llamaría, lloraría… Pero pronto se sintió abandonado. Llegó al portal. Se detuvo, escuchó… Nada, no le llamaban. Desde la calle miró a los balcones. Ninguno se abría. «No le seguían ni con los ojos. Aquella mujer se quedaba allí. Todo era verdad.   Le engañaba; era una mujer. ¡Pero cuál! ¡la suya! ¡la de su alma! ¡Sí, sí, de su alma! Para eso la había querido. Pero las mujeres no entendían esto… La más pura[21] quería otra cosa». Y pasaban por su memoria mil horrores. La carnaza amontonada de muchos años de confesonario. La conciencia le recordó a Teresina. A Teresina pálida y sonriente que decía, dentro del cerebro: «¿Y tú…?». «Él era hombre»; se contestaba. Y apretaba el paso. «Yo la quería para mi alma…». «Y su cuerpo también querías, decía la Teresina del cerebro, el cuerpo también… acuérdate». «Sí, sí… pero… esperaba… esperaría hasta morir… antes que perderla. Porque la quería entera… Es mi mujer… la mujer de mis entrañas[22]… ¡Y quedaba allá atrás, ya lejos, perdida para siempre!…».

 

Ana, inmóvil, había visto salir al Magistral sin valor para detenerle, sin fuerzas para llamarle. Una idea con todas sus palabras había sonado dentro de ella, cerca de los oídos. «¡Aquel señor canónigo estaba enamorado de ella!». «Sí, enamorado como un hombre, no con el amor místico, ideal, seráfico[23] que ella se había figurado. Tenía celos, moría de celos… El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor, celos, ira… ¡La amaba un canónigo!». Ana se estremeció[24] como al contacto de un cuerpo viscoso[25] y frío.

 

[1] dominarse: controlarse.

[2] en torno: alrededor.

[3] capilla: edificio contiguo a una iglesia o parte integrante de ella, con altar y advocación particular.

[4] sofisma: razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso.

[5] candoroso: sencillo, sincero.

[6] desmayarse: perder momentáneamente el conocimiento.

[7] infame: que carece de honra, crédito y estimación.

[8] aspavientos: demostración excesiva o afectada de espanto, admiración o sentimiento.

[9] espanto: terror, susto.

[10] caridad: en la religión cristiana, una de las tres virtudes teologales, que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos.

[11] a carcajadas: con risa estrepitosa y prolongada.

[12] despreciar: tener poca estima por algo o por alguien.

[13] miserable: infeliz.

[14] insulta: ofender con palabras o acciones.

[15] preso: que está en prisión o privado de libertad.

[16] sacudirse: mover algo violentamente de un lado a otro.

[17] descargar: golpear con violencia.

[18] requerir: necesitar.

[19] manteo: capa larga con cuello que llevaban los eclesiásticos sobre la sotana.

[20] a tientas: con incertidumbre, dudosamente.

[21] puro: casto, honesto en el terreno sexual.

[22] entrañas: parte más íntima o esencial de una cosa o asunto.

[23] seráfico: pobre, humilde.

[24] estremecerse: temblar.

[25] viscoso: pegajoso.

 

  1. Lee el siguiente texto y responde a las preguntas. El texto pertenece al inicio de la segunda parte de la obra. Ana empieza a sentir el hastío de su solitaria y amarga vida, en una sociedad en la que no encaja y junto a un marido a quien no ama.

 

CAPÍTULO XVI

Con Octubre muere en Vetusta el buen tiempo. Al mediar Noviembre suele lucir[1] el sol una semana, pero como si fuera ya otro sol, que tiene prisa y hace sus visitas de despedida preocupado con los preparativos del viaje del invierno. (…)

Ana Ozores no era de los que se resignaban[2]. Todos los años, al oír las campanas doblar[3] tristemente el día de los Santos, por la tarde, sentía una angustia[4] nerviosa   -2-   que encontraba pábulo[5] en los objetos exteriores, y sobre todo en la perspectiva ideal de un invierno, de otro invierno húmedo, monótono, interminable, que empezaba con el clamor[6] de aquellos bronces[7].

Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre.

Estaba Ana sola en el comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estaño[8], la taza y la copa en que había tomado café y anís[9] don Víctor, que ya estaba en el Casino jugando al ajedrez. Sobre el platillo de la taza yacía[10] medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante[11] amasijo[12] impregnado[13] del café frío derramado. Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas[14] de un mundo. La insignificancia[15] de aquellos objetos que contemplaba le partía[16] el alma; se le figuraba[17] que eran símbolo del universo, que era así, ceniza, frialdad, un cigarro abandonado a la mitad por el hastío[18] del fumador. Además, pensaba en el marido incapaz de fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer. Ella era también como aquel cigarro, una cosa que no había servido para uno y que ya no podía servir para otro.

[1] lucir: brillar.

[2] resignarse: conformarse.

[3] doblar: tocar las campanas por la muerte de alguien.

[4] angustia: ansiedad, aflicción.

[5] pábulo: aquello que sirve para mantener la existencia de algunas cosas o acciones.

[6] clamor: toque de campanas por los difuntos.

[7] bronces: cuerpo metálico que resulta de la aleación del cobre con el estaño, y es de color amarillento rojizo, muy tenaz y sonoro.

[8] estaño: elemento químico metálico blanco, de brillo plateado.

[9] anís: aguardiente elaborado con esta semilla.

[10] yacer: estar echada o tendida una persona.

[11] repugnante: que causa repugnancia (asco).

[12] amasijo: mezcla desordenada de cosas heterogéneas.

[13] impregnado: mojado.

[14] ruinas: restos de uno o más edificios arruinados.

[15] insignificancia: pequeñez, inutilidad.

[16] partir: romper.

[17] figurarse: imaginarse.

[18] hastío: aburrimiento, desgana.

 

2.1. ¿Cuál es el tema del texto?

 

2.2. Señala las partes en que se divide el contenido del texto.

2.3. Resume brevemente el fragmento

2.4. Señala en el texto las partes narradas en estilo indirecto libre

 

 SOLUCIONES

  1. Señala todos los temas de La Regenta que encuentres en el siguiente texto. Te recordamos, los principales son: 

Respuesta: 

Amor en el que forma parte un clérigo: Y pasaban por su memoria mil horrores. La carnaza amontonada de muchos años de confesonario. La conciencia le recordó a Teresina. A Teresina pálida y sonriente que decía, dentro del cerebro: «¿Y tú…?». «Él era hombre»; se contestaba. Y apretaba el paso. «Yo la quería para mi alma…». «Y su cuerpo también querías, decía la Teresina del cerebro, el cuerpo también… acuérdate». | «¡Aquel señor canónigo estaba enamorado de ella! |  El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor, celos, ira… ¡La amaba un canónigo!». Ana se estremeció[24] como al contacto de un cuerpo viscoso[25] y frío.

Enfrentamiento ideológico, social y político:  Estoy en ridículo, Vetusta entera se ríe de mí a carcajadas | Mesía me desprecia[12], me escupirá en cuanto me vea… El padre espiritual… es un pobre diablo. ¡Oh, pero por quien soy… Miserable[13]… Me insulta[14] porque estoy preso

Adulterio¿Decirle al Magistral que ella estaba enamorada de Mesía? |

Todavía no se ha producido pero está germinando el adulterio

Capítulo XXV

 

Yo no le amo -fue lo primero que pudo decir después que consiguió dominarse[1]. Ya no pensaba en su locura, pensaba en defender su secreto.

-Pero anoche… hoy… no sé a qué hora… ¿qué hubo?

-Bailé con él… Fue Quintanar… lo mandó Quintanar…

-¡Disculpas no, Ana! eso no es confesar.

Ana miró en torno[2]… Aquello no era la capilla[3], a Dios gracias. Este sofisma[4] de hipócrita era en ella candoroso[5]. Estaba segura de que un deber superior la mandaba mentir. «¿Decirle al Magistral que ella estaba enamorada de Mesía? ¡Primero a su marido!».

-Bailé con él porque quiso mi marido… Me hicieron beber… me sentí mal… estaba mareada… me desmayé[6]… y me llevaron a casa.

-¿El desmayo fue… en los brazos de ese hombre?

-¡En brazos!… ¡Fermín!

-Bien, bien… Así… lo oí yo… ¡Oigámoslo todos! Quiere decirse… bailando con él…

-Yo no recuerdo… tal vez…

-¡Infame[7]!…

-¡Fermín… por Dios, Fermín!

Ana dio un paso atrás.

-Silencio… no hay que gritar… no hay que hacer aspavientos[8]… yo no como a nadie… ¿a qué ese miedo?… ¿Doy yo espanto[9], verdad?… ¿Por qué? yo… ¿qué puedo? yo ¿quién soy? yo… ¿qué mando? Mi poder es espiritual… Y usted esta noche no creía en Dios…

-¡En mi Dios! Fermín, caridad[10]…

-Sí, usted lo ha dicho… Y ese es el camino. Yo sin Dios… no soy nada… Sin Dios puede usted ir a donde  quiera, Ana… esto se acabó… Estoy en ridículo, Vetusta entera se ríe de mí a carcajadas[11]… Mesía me desprecia[12], me escupirá en cuanto me vea… El padre espiritual… es un pobre diablo. ¡Oh, pero por quien soy… Miserable[13]… Me insulta[14] porque estoy preso[15]!…

El Magistral se sacudió[16] dentro de la sotana, como entre cadenas, y descargó[17] un puñetazo de Hércules sobre el testero del sofá.

Después procuró recobrar la razón, se pasó las manos por la frente; requirió[18] el manteo[19]; buscó el sombrero de teja, se obstinó en callar, buscó a tientas[20] la puerta y salió sin volver la cabeza.

Creyó que Ana le seguiría, le llamaría, lloraría… Pero pronto se sintió abandonado. Llegó al portal. Se detuvo, escuchó… Nada, no le llamaban. Desde la calle miró a los balcones. Ninguno se abría. «No le seguían ni con los ojos. Aquella mujer se quedaba allí. Todo era verdad.   Le engañaba; era una mujer. ¡Pero cuál! ¡la suya! ¡la de su alma! ¡Sí, sí, de su alma! Para eso la había querido. Pero las mujeres no entendían esto… La más pura[21] quería otra cosa». Y pasaban por su memoria mil horrores. La carnaza amontonada de muchos años de confesonario. La conciencia le recordó a Teresina. A Teresina pálida y sonriente que decía, dentro del cerebro: «¿Y tú…?». «Él era hombre»; se contestaba. Y apretaba el paso. «Yo la quería para mi alma…». «Y su cuerpo también querías, decía la Teresina del cerebro, el cuerpo también… acuérdate». «Sí, sí… pero… esperaba… esperaría hasta morir… antes que perderla. Porque la quería entera… Es mi mujer… la mujer de mis entrañas[22]… ¡Y quedaba allá atrás, ya lejos, perdida para siempre!…».

Ana, inmóvil, había visto salir al Magistral sin valor para detenerle, sin fuerzas para llamarle. Una idea con todas sus palabras había sonado dentro de ella, cerca de los oídos. «¡Aquel señor canónigo estaba enamorado de ella!». «Sí, enamorado como un hombre, no con el amor místico, ideal, seráfico[23] que ella se había figurado. Tenía celos, moría de celos… El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor, celos, ira… ¡La amaba un canónigo!». Ana se estremeció[24] como al contacto de un cuerpo viscoso[25] y frío.

2. Lee el siguiente texto y responde a las preguntas. El texto pertenece al inicio de la segunda parte de la obra. Ana empieza a sentir el hastío de su solitaria y amarga vida, en una sociedad en la que no encaja y junto a un marido a quien no ama.

 

2.1. ¿Cuál es el tema del texto?

La soledad de Ana que contrasta con la indiferencia del marido

2.2. Señala las partes en que se divide el contenido del texto.

Podemos dividirlo en  4 partes (o en 3 si unimos la tercera y la cuarta):

  • El primer párrafo la contextualización: El ambiente en Vetusta: una semana otoñal soleada preludio del invierno
  • El segundo parte de lo general anterior, para centrar la mirada en Ana
  • El tercer párrafo introduce la tristeza de Ana
  • Cuarto, contrasta la soledad y tristeza de Ana con la indiferencia del marido que la abandona por una partida en el casino. No se siente amada y no puede buscar el amor por su condición de casada.

2.3. Resume brevemente el fragmento

Con la llegada del otoño, Ana experimenta todos los años una sensación de vacío y tristeza.

Sola en el comedor contempla los objetos que están a su alrededor y que le recuerdan su situación, y centra su atención en un puro a medio fumar que ha dejado su marido. Ella se identifica con ese puro, desaprovechada por su marido, pero al mismo tiempo desperdiciada para poder poseída por otros hombres.

2.4. Señala en el texto las partes narradas en estilo indirecto libre

Con Octubre muere en Vetusta el buen tiempo. Al mediar Noviembre suele lucir  el sol una semana, pero como si fuera ya otro sol, que tiene prisa y hace sus visitas de despedida preocupado con los preparativos del viaje del invierno. (…)

Ana Ozores no era de los que se resignaban. Todos los años, al oír las campanas doblar tristemente el día de los Santos, por la tarde, sentía una angustia nerviosa   que encontraba pábulo en los objetos exteriores, y sobre todo en la perspectiva ideal de un invierno, de otro invierno húmedo, monótono, interminable, que empezaba con el clamor de aquellos bronces.

Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre.

Estaba Ana sola en el comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estaño, la taza y la copa en que había tomado café y anís don Víctor, que ya estaba en el Casino jugando al ajedrez. Sobre el platillo de la taza yacía medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante amasijo impregnado del café frío derramado. Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo. La insignificancia de aquellos objetos que contemplaba le partía el alma; se le figuraba que eran símbolo del universo, que era así, ceniza, frialdad, un cigarro abandonado a la mitad por el hastío del fumador. Además, pensaba en el marido incapaz de fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer. Ella era también como aquel cigarro, una cosa que no había servido para uno y que ya no podía servir para otro.

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